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Ya hace más de 100 años, María Montessori se dio cuenta de esto. De que los premios o recompensas es mejor evitarlos, pues a la larga pueden ser contraproducentes y ocasionar más daño que beneficio.
Ella no pensaba así al principio, cuando comenzó su primera escuela, pero es algo que descubrió muy pronto y por eso decidió eliminarlos para siempre de la educación. En los colegios Montessori nunca hay premios, pegatinas, estrellitas en la frente, medallas de excelencia ni cuadros de honor. Y se evita abusar de aplausos, felicitaciones o elogios con el fin de evitar que el niño se vuelva adicto a ellos o que dependa mucho de la aprobación externa, pues funcionan como premios que se le otorgan.
En lugar de eso, se busca que la motivación del niño sea genuina, para lo cual es importante que venga principalmente del interior, y no del exterior, no del adulto, sino del propio niño.
Hoy en día, la investigación científica avala esta idea.